domingo, septiembre 24, 2006

LA PIEL BAJO LA PIEL

“Te diré una cosa: si yo tuviera un aspecto acorde a cómo me siento interiormente, te aseguro que no querrías sentarte a mi lado”, me respondió, ya casi al final, cuando le entrevisté para esta revista (Rockdelux 222, octubre 2004). Fue uno de los pocos momentos en que ambos nos reímos, a pesar de que yo tenía la sensación de que no hablaba en broma. Porque la frase resumía la esencia del hombre y de su obra.

Charles Burns (Washington DC, 1955) ha estado interesado en los cómics, en leerlos y en hacerlos, desde que era un chaval. Su padre fue quien le inculcó el gusto por los tebeos, pues tenía la casa llena de ellos. Viejas tiras de prensa norteamericana, tebeos de terror de la editorial EC, la revista `MAD´ de Harvey Kurtzman y álbumes de “Tintín” fueron el alimento infantil de Burns; algo más tarde llegarían las películas de miedo de serie B, la novela negra y los cómics underground. Cursó Bellas Artes en la universidad y pronto contactó con Art Spiegelman, quien por entonces, 1981, comenzaba a editar la revista de cómic experimental `RAW´. Burns rápidamente empezó a publicar en ella historietas con una línea clara, fría y acerada, en la que ya puede reconocerse su característica precisión; algunas de ellas han sido recogidas en dos recopilatorios publicados por La Cúpula, “Big Baby” y “Skin deep”. Son historias que evidencian su temprano talento y que podemos emparentar con ciertas obsesiones temáticas de Kafka o de Cronenberg, aquí revestidas bajo otras formas e imágenes, a menudo sacadas del cine de ciencia-ficción de serie B de los cincuenta. La mutación y la enfermedad como metáforas sobre la verdad que anida en nuestro interior, en relatos cuyo distanciamiento narrativo oscila entre lo cruel y lo irónico: parásitos monstruosos que crecen pegados a su anfitrión humano, relaciones sexuales que provocan mutaciones, novias-insecto depredadoras que utilizan a sus novios como incubadoras humanas, plagas que sólo se contagian a los adolescentes.

Casi simultáneamente, Burns empieza a publicar en la revista `Heavy Metal´ su serie “El Borbah” (La Cúpula), inspirada por el periodo en que el autor vivió en California y protagonizada por un luchador mejicano de lucha libre, adiposo y chabacano, que “resuelve” casos detectivescos a guantazos. Junto a su ya habitual gusto por los freaks surrealistas –en cuyo diseño Burns es un especialista con un estilo único-, el autor insiste en el empleo deliberado de clichés e imágenes estereotipadas de la cultura basura como herramienta de trabajo para escarbar en los arquetipos humanos universales. El tono es aún tan paródico que impide ver el bosque, pero el camino está ahí y más adelante dará sus frutos.

Su residencia temporal en Europa también contribuye a forjar su carácter como artista. En 1982 se muda a Roma con su esposa, y desde allí entra en contacto con el grupo Valvoline, con dibujantes como Mattotti, Igort o Mattioli; en esa salsa italiana, Burns, afirmó, pudo contemplar a su país desde una perspectiva diferente y distanciada. De vuelta a su patria, realiza desde mediados de los ochenta una tira de prensa –que llegó a publicarse en veinte periódicos- donde serializa trabajos como “Dog days” o “Burn again” (incluidos ambos en el recopilatorio “Skin Deep”). Si el primero es una pesadilla irónica protagonizada por un pobre tipo al que le han transplantado un corazón de perro, y como tal se comporta a veces, “Burn again” es algo más serio. “Quería hacer una sátira sobre el `merchandising´ religioso y los cristianos fundamentalistas de Norteamérica”, explicaba Burns
en Rockdelux 222. Pero “Burn again” es bastante más que eso. Aunque la ironía siga presente, y de un modo más desgradable y cruel que nunca, la historia del predicador Bliss Blister es puro tormento, un relato febril alimentado con el combustible de la culpa y de los traumas infantiles del protagonista; de entre esas llamas, surge un Burns más intenso y emocional, dotado de un pulso narrativo abrasador. En cambio, en las posteriores historietas protagonizadas por el niño freak Big Baby (incluidas en el citado tomo homónimo, “Big Baby”), los premeditados clichés de serie B no siempre son capaces de revelar verdades humanas. Es el caso de “El club de sangre”, una historia de campamento de verano con fantasma incluido que luego inspiró estéticamente el film “El espinazo del diablo” (2001, Guillermo del Toro).

Burns también ha demostrado una faceta destacada como ilustrador. Si durante su estancia en Italia ya publicó en revistas de moda, desde entonces sus ilustraciones han sido reclamadas por medios como `The New Yorker´, `Time´, `Rolling Stone´ o MTV. También ha realizado el diseño de decorados y trajes para una adaptación sui generis del ballet “El cascanueces” de Tchaikovsky, e ilustrado la portada del álbum “Brick by brick” (90) de Iggy Pop, un encargo que Burns disfrutó como el fan de The Stooges que desde siempre es.


Sin embargo, su vocación como historietista le lleva en 1995 a embarcarse en los doce números de “Agujero negro” (La Cúpula; en Estados Unidos han sido recopilados por Pantheon Books en un solo y espectacular libro). Sublimados los recuerdos de su infancia en “Big Baby”, ahora le llega el turno a su adolescencia. Igual que su dibujo ha ido ganando con los años en masas de negro y perdiendo rasgos caricaturescos para acercarse al realismo, en esta historia ya no hay ironía ni distanciamiento. Hay sobre todo intimidad, miedo y oscuridad, y un refinado intento de captar el misterio del mundo mediante la evocación de sensaciones y emociones muy concretas. Y es tal la exactitud y depuración que, a estas alturas, ha logrado Burns con su lenguaje gráfico y narrativo, que ha podido coronar su cima con éxito. “No quiero olvidarte. No quiero volverme vieja y estúpida y… Recordaré la vez que estuvimos aquí juntos. Cuando éramos jóvenes y tú eras mío. Lo recordaré. Te lo prometo”, piensa una joven, mientras cava un pequeño hoyo en la playa y entierra la foto de su novio ya perdido para siempre.


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Ya que estamos con Burns, un artículo que publiqué en ROCK DE LUX en diciembre de 2005. Porque AGUJERO NEGRO no merece pasar desapercibido y sí reconocido como lo que es. ¿El mejor tebeo de la última década? Estamos en el cuadradito del post anterior.