Hace un par de semanas me leía el ACME NOVELTY LIBRARY # 16, de Chris Ware (Omaha, Nebraska, 1967) y, como todo lo de este autor, me despertaba reflexiones y sentimientos encontrados. Por un lado, lo admirable de su ambición artística y de su capacidad de trabajo; por otro, lo desconcertante y, por qué no, discutible que a veces resultan los contenidos que propone. Formalmente, no creo ser muy exagerado si digo que ahora mismo no hay ningún otro historietista conocido en el mundo que le supere, al menos si de intenciones renovadoras del lenguaje del cómic hablamos.
ACME NOVELTY LIBRARY, como es bien sabido, es el título de la cabecera donde Chris Ware lleva publicando desde 1994, adoptando una gran variedad de formatos y tamaños. De ella, en España sólo se han publicado algunas historias cortas en la revista NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS (Inrevés Edicions) y, por supuesto, una de las historias largas de Ware más conocidas, recopilada en el libro JIMMY CORRIGAN. EL CHICO MÁS LISTO DEL MUNDO (Planeta DeAgostini).
El número 16 de ACME NOVELTY LIBRARY es, lo explica al final el propio autor en una pequeña historieta de una página, el primero que se publica él mismo, después de casi doce años amparado bajo la editorial estadounidense Fantagraphics. El protagonista del tomo en esta ocasión es Rusty Brown, un personaje que ya había aparecido en ACME, un adulto friki inadaptado y preso de sus manías coleccionistas. En esta ocasión, Ware se sitúa en la infancia de Rusty, cuando en la escuela coincide con el que luego será su amigo de toda la vida, Chalky White. Ahí les tienen a los dos (escaneo una página de ACME NOVELTY LIBRARY 16, pinchen que se amplía). Rusty es el pelirrojo de la tira principal, Chalky el de la minitira situada en la parte inferior (y, como me decía Monolo el otro día, piensen, si los ponen uno al lado del otro, a qué famosos gemelos de la historieta española recuerdan):
En las páginas de ACME NOVELTY LIBRARY 16 no se cuenta más que unas horas en la vida de los personajes. Un amanecer nevado en lo que parece una pequeña ciudad de provincias estadounidense a mediados de los años setenta, la gente se levanta y los adultos llevan a sus niños al colegio. Esto es básicamente "el argumento" de la historia. En la tira principal, el punto de vista de Rusty y su padre, profesor del colegio al que asiste nuestro protagonista, que luego veremos. En la tira de abajo, que se simultanea a lo largo de toda la historia en la misma página, el punto de vista de Chalky, el moreno. Por supuesto, como es intención habitual de Ware -ya lo hizo en varios momentos de su JIMMY CORRIGAN-, la idea no es meramente "contar la nada cotidiana", sino hallar en ella las verdades profundas de lo que somos. Dicha tarea la ataca desde dos flancos básicos: primero, el recurso a una cierta parodia social de tono frío y analítico, donde prefiere la caricatura de personajes y situaciones a la representación realista de los mismos y, sin embargo, desde ella evocar sensación de realismo. Cuando digo caricatura no hablo sólo del grafismo -a la vista está el habitual estilo de tiralíneas, icónico y caricaturesco a la vez, de Ware- sino también de tratamiento narrativo de la historia.
Por supuesto, si Ware opta por la caricatura como modo de realizar su peculiar sátira social, no es porque "no sepa" escribir historias más realistas. A la vista están sus historias de "la joven cojita" (BUILDING STORIES ha llamado Chris Ware a esta subserie; alguna de ellas ocupan las últimas ocho páginas de este número de ACME), una de las cuales por cierto puede leerse en castellano en el último y reciente número de la revista NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS (12), donde hay mayor realismo y menos caricatura en el tratamiento de personajes y situaciones.
Volviendo a la historia principal del número, parece clara la intención de Ware, como decía Álvaro Pons el otro día en lacarceldepapel, de actualizar a la sensibilidad de nuestra época la esencia de uno de sus historietistas favoritos, Frank King y su tira clásica GASOLINE ALLEY. El intento de contar "cómo crece la hierba", que diríamos, de captar el momento -los momentos- de aquello de lo que principalmente está hecha la vida humana. Que no son precisamente "hazañas heroicas" ni grandes momentos de emoción e intensidad, los menos a lo largo de una vida, sino instantes del tedio y de la cotidianidad más vulgares, que son los más. Como muestra de ello, obsérvese, en la página que antes he colgado, (lo hago de nuevo justo aquí abajo, no muevan el cursor) ese momento cama de Chalky, en la minitira. El pobre y asustado Chalky, que no se quiere levantar porque, como pronto sabremos, es su primer día de colegio como nuevo alumno de un centro donde no conoce a nadie.
Minitira inferior: primera viñeta, plano subjetivo del techo, segunda viñeta, primer plano de Chalky para que sepamos quién miraba la lámpara del techo, tercera viñeta, otro primer plano de Chalky para que sepamos que ahora mira a su izquierda, cuarta viñeta, otro plano subjetivo mostrando lo que ve desde la cama -cómoda y lámpara- quinta y sexta viñeta, plano entero cenital -en la sexta, por si no se aprecia bien en el escaneo, Chalky mira ahora hacia su derecha-, útima viñeta, plano subjetivo de nuevo mostrando la ventana de su dormitario y la nieve que hay fuera de ella.
En la tira principal, el gordito pelirrojo Rusty Brown, mientras quita la nieve de delante de su casa para que el padre pueda sacar el coche, "descubre" que durante la noche, ha "desarrollado" un súper poder, el "súper-oído". Es, por supuesto, una invención del chaval. Un recurso narrativo que me parece mitad evocación de las fantasías infantiles que todo niño criado en el siglo XX suele tener, mitad guiño cómplice a la influencia mutua que parecen estar ejerciéndose últimamente Ware y Daniel Clowes (sí, me refiero sobre todo al Clowes del último EIGHTBALL, el del superhéroe). A destacar ese encuadre marca de la casa de la primera viñeta, con la figura abajo y a un lado, y toda esa amplitud de espacios encima de ella, que la empequeñece y hace ridícula, y luego el plano fijo, otro recurso habitual de Ware, que usa en cuatro de las cinco viñetas de Rusty salvo en el primer plano -fondo amarillo- de la cuarta viñeta.
Mientras viajamos al colegio, conocemos -además de a los futuros amigos Rusty y a Chalky- a varios secundarios. El padre de Rusty, un profesor insatisfecho y deprimido por la molicie y mediocridad que le proporciona su vida de casado, y la hermana de Chalky, una joven preadolescente, es decir, ya rebelde sin causa hacia sus mayores (es su abuela la que lleva a ambos en coche al colegio).
Después de unas 15 páginas, hemos llegado al colegio y allí presenciamos varias escenas situadas en la sala de profesores. Todos, sin excepción, parecen seres igual de patéticos que Rusty y su padre: una profesora negra, Joanna Cole, y atención, un trasunto del propio Ware que es una obvia autocaricatura y que, por si no queda claro, se llama Franklin Christenson Ware. Es aquí donde empiezan mis dudas sobre el contenido de esta historia. En esta parte central, además de la insistencia en ese "sentimiento patético de la vida" ya clásico en Ware, casi diría yo un recrearse en él -todos los personajes participan de tal sentimiento, y así lo muestran una y otra vez-, hay algo más. Algo que se me antoja una influencia del peor Clowes, del Clowes más indulgente que, cuando no tiene nada mejor que contar, pone a personajes a realizar disertaciones intelectuales que encierran a la vez una especie de autoironía, un, como si dijéramos, demostrar lo listo que soy y a la vez cómo soy capaz de reírme de ello. En este caso, es el sosias de Ware quien empieza a largarle al padre de Rusty un discurso que no viene mucho a cuento sobre las teorías de Arnold Martin, un crítico "del círculo de Lacan y Baudrillard". Ahí le tienen, Ware dibujándose "a sí mismo":
Un poco antes, también ha habido un flashback con narrador en primera persona (en texto de apoyo) que cuenta otro discurso-parodia sobre el pop art, tomando de excusa los cuadros que pinta el, por supuesto, también patético personaje de Mr. Ware (suya es la voz en off, que aparece en esta otra página que les pongo ahí abajo). Todo esto me recuerda, como digo, al Clowes que no me gusta, el que de repente, como en su historieta ICE HAVEN, introduce a un personaje -un crítico de cómics- a realizar la crítica de la propia historieta. En cualquier caso, observen en esa misma página a qué dedica Ware las siete viñetas de la minitira de abajo, qué es lo que cuenta y cómo lo cuenta.
La sensación de que Ware se repite al recrearse con el patetismo de los personajes, convirtiendo así la complejidad en reiteración simplificadora, se ve reforzada por ciertas escenas que evocan las fantasías autodestructivas de los mismos. Ahí tienen una escena de suicidio imaginado que a los lectores de Ware seguro que les suena de haberla visto en trabajos anteriores:
Mi único reproche al contenido de Ware -aunque es posible que sea yo el que no entienda bien qué pretende ni adónde quiere llegar el autor-, es que si es verdad como parece que quiere capturar la vida en sus viñetas, está siendo parcial y reductor. La vida puede ser muy patética y deprimente a veces, sí, pero, como me decía un amigo el otro día, la vida no es sólo eso. En esa página, por cierto, merece destacarse un aspecto formal bastante llamativo: al llegar a este punto de la historia, la narración de la tira principal y la pequeña tira secundaria han coincidido en el tiempo y en el espacio, de modo que ahora pasamos a leer la misma historia, en una misma página, contada desde dos puntos de vista diferentes.
Está claro que Chris Ware es el máximo renovador formal que existe ahora mismo en la historieta conocida en el mundo occidental. Su inventiva está aportando un nuevo entendimiento de cómo usar los recursos tradicionales del cómic, proporcionando de paso a los autores -su influencia, de hecho, ya se está viendo en muchos historietistas, incluyendo a alguno famoso como Daniel Clowes- nuevas herramientas con las que contar, en el medio historieta y con los recursos intransferibles de la misma, un nuevo tipo de historia que los tiempos actuales demandan. Historias de mayor densidad literaria y penetración psicológica y/o emocional. Y cuando digo densidad literaria, no me refiero a abusar del texto, me refiero al planteamiento narrativo y a la multiplicidad de contenidos que se quieren transmitir. Historias que hablen no tanto del mundo exterior o de la "aventura de héroes", algo ya tradicional en el cómic y que éste sabe hacer muy bien, sino del mundo interior y el alma humana.
Pere Joan escribe en el último número de la revista NOSOTROS SOMOS LOS MUERTOS (12) sobre nuestro hombre: "Chris Ware pasa para algunos como un vacuo exquisito. Nada más lejos de la verdad. Su planificación obsesiva le sirve para retratar su punto de vista fatalista y la complejidad de las relaciones humanas. Hasta ahora las historias no se habían construido así en los tebeos. Con una limpieza de color y una línea clara de matiz antiguo pero actualizado, nos va liando en un diagrama espeso. Pero a poco que nos fijemos es así como los humanos contamos las cosas. Sin linealidad. Juntando pedazos, aportando anécdotas, interpretaciones, sueños y recorridos. Reconstruimos siempre parciamente porque no somos dioses o iluminados, sino ignorantes buscadores. Así narra Ware, como en una investigación de la trayectoria vital de pobres gentes de cabeza algo ensimismada".
Estoy bastante de acuerdo, salvo, matizaría, en eso de que no contamos las cosas linealmente. Sí que lo hacemos, al menos si nos referimos a la mayor parte de la tradición narrativa. En realidad, supongo que Pere se refiere a cómo pensamos las cosas, cómo recordamos las cosas, cómo nos las contamos a nosotros mismos (ya sea evocando conscientemente, ya sea inconscientemente, en sueños) o a los demás en un ámbito coloquial, donde, en efecto, no hay linealidad y sí saltos y digresiones constantes. Ésta, para mí es la clave de la narración de Ware. Su intento de poner en la página, de narrarnos por tanto, el modo en el que cada uno de nosotros experimenta la vida, cómo percibe su entorno y sus avatares cotidianos a la par que piensa sobre sí mismo, fantasea o evoca recuerdos. El resultado es sorprendente porque, como he dicho antes, a pesar del tratamiento caricaturesco -gráfico y narrativo- que elige Ware, consigue construir un pequeño universo que parece real.
Sí, su ambición es máxima. Ware no aspira tanto a narrar el tipo de ficción tradicional del cómic -mundo exterior, visto desde fuera, donde lo que importa es qué hacen los personajes y hacia dónde van- sino más bien a contar la vida, la vida de verdad, que es la del mundo interior: el mundo visto desde dentro del personaje, cómo sentimos, qué pensamos, qué vemos mientras realizamos nuestras banales y a veces, sí, patéticas acciones cotidianas.
En otras palabras, Ware aspira a contar la nada cotidiana y subjetiva, que en realidad es todo. O al menos todo lo que tenemos en el mundo real.