sábado, febrero 17, 2007

VIAJE ALUCINANTE AL FONDO DE LA MENTE

Ahora entiendo el desconcierto de quienes habían visto Inland Empire (2006) antes que yo. La última película de David Lynch puede ser cualquier cosa menos una obra fácil o cómoda. Desde luego, construir una historia en torno a sus poderosas imagénes sería menospreciarla; al fin y al cabo, resultaría contraproducente reducir a un convencional mecanismo narrativo algo que no tiene nada de convencional. Sin embargo, hay quienes lo han intentando. También hay quienes ni siquiera han hecho el esfuerzo de acercarse a la película y han preferido calificarla de absurda o de cosas todavía peores. En todo caso, las reacciones que suscita Inland Empire ponen de manifiesto nuestra forma de entender el cine y de paso nuestra concepción de la cultura.

(...) En cualquier caso, esta película carece de una lógica a nuestro alcance, de igual forma que nuestros sueños y pesadillas carecen de ella. Sin embargo, sus imágenes tienen un profundo efecto emocional en nosotros.


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Son extractos del artículo de Hilario J. Rodríguez en el suplemento ABCD de hoy (sorry, no hay link porque aún no han actualizado la web del ABCD) sobre la última película de Lynch que por supuesto no he visto porque aún no se ha estrenado. En realidad lo copio aquí porque al leerlo no he podido evitar acordarme del último tebeo que he leído, esta misma mañana.

LA VOLUPTUOSIDAD.

No porque se parezca a una película de Lynch, que no se parece, pero sí exactamente por el texto que he copiado de Hilario J. Rodríguez, que resulta por entero aplicable. Aparte de que así a bote pronto diría que LA VOLUPTUOSIDAD (2006, Futuropolis; 2007, Ponent Mon) no me ha recordado a nada que haya visto antes en un cómic (ni siquiera al mismo Blutch, porque esto me ha parecido uno o dos pasos más allá del VITESSE MODERNE, de próxima publicación en España), lo que más me ha sorprendido es su nivel de abstracción. Porque en LA VOLUPTUOSIDAD, aun siendo hipnótica y densa y atestada de posibles contenidos, no hay "mensajes". Por decirlo de algún modo, se entiende todo y a la vez no se entiende nada. No es un trabalenguas.


Y como, parafraseando a Hilario, construir -o explicar- una historia a partir de las viñetas de este tebeo sería traicionarlo, dejémoslo ahí. Dos cosas antes: la primera, que aquí hay un discurso no verbalizado, no explícito, que permite múltiples lecturas. El discurso lo transmiten de modo oblicuo las imágenes, las escenas concretas y la secuencia en que se van sucediendo. Por supuesto, no digo que dicho discurso esté cerrado ni concretado, ni tan siquiera que el propio autor sepa con certeza cuál es. Sólo digo que Blutch (Christian Hincker, Estrasburgo, 1967) ha alcanzado un nivel de lenguaje que le está permitiendo transmitir discursos de semejante abstracción. Explicar el misterio sin explicarlo en realidad, porque lo innombrable no se puede explicar, y menos aún con certezas de algún tipo. Por esa misma abstracción que logra a partir de escenas concretas digo que hay discurso y, a la vez, no lo hay.


Dos. Lo mejor de esta fábula sin moraleja y, a la postre, ligera en su profundidad -el tono de Blutch nunca pierde del todo la humorada ni la farsa, aunque el conjunto nos parezca "serio"- es que el autor sabe que hace tebeos, no novelas ni cine. Y por ello este significado múltiple-no verbalizado está articulado desde los recursos del cómic, y en concreto, desde los recursos de cierta tradición del cómic, el de un determinado estilo de humor francés, que se emplea con conocimiento de causa y la vez se violenta y transgrede. Por cierto que esas formas del humor aplicadas a un contenido no humorístico tienen mucho que ver en la singular voz narrativa de Blutch. Porque aquí no se busca el gag, ni la historia está al servicio del argumento, ni tan siquiera de su resolución final. No, la historia va por libre, tanto como puede. Luego hay páginas de planificación rarísima, y no me refiero a los encuadres ni a mariconadas de ese tipo, me refiero por ejemplo a que de repente (página 1 tras el prólogo) Blutch te dibuja el mismo coche repetido en tres viñetas pero un poco de aquella manera, sin ánimo de dibujarlos exactamente para transmitir el efecto de "plano fijo" ni de "tiempo à la Ware". Es algo que me parece de puro dibujo, como si, sencillamente, la lógica interna de un dibujo le hubiese llevado al otro. De dibujo automático, quizás. ¿Surrealismo, de nuevo? También sucede con otras escenas, de modo distinto. No especifico más para no estropear la gracia. Sí me interesa destacar que el conjunto resulta tan de "dibujo puro", que es imposible compararlo con una película; hasta las texturas de los propios lápices transmiten contenido. Y luego, qué lejos anda esto de la seudoliteratura. Afortunadamente.

Pero sí, LA VOLUPTUOSIDAD es otro ejemplo de tebeo que no cuenta una "historia como dios manda" y que, sin embargo, atrapa al lector tanto o más que un cómic de narrativa convencional. También confirma que, ahora mismo, Blutch camina prácticamente solo por las sendas del territorio desconocido en el que se ha metido.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Atrae.

Anónimo dijo...

Qué buena pinta tiene esto. Este Blutch parece un verdadero guarrindongo de la estructura (una cosa se contagia de la otra...). La voluptuosidad a la francesa siempre tiene algo de guarrillo, no? Ah, bravo por la reseña.

Anónimo dijo...

"También confirma que, ahora mismo, Blutch camina prácticamente solo por las sendas del territorio desconocido en el que se ha metido"

Herriman o Schulz ya se habían introducido por los caminos de la abstracción. Pero tienes razón, tal vez Blutch sea de los pocos que, actualmente, se mueve en ese sentido.

Pepo Pérez dijo...

Sí, me refería a ahora mismo. Herriman o Schulz son buenos ejemplos del pasado, en efecto.

Pepo Pérez dijo...

bueno, creo que incluso ahora mismo hay gente intentando ir por caminos parecidos, pero.... bueno, Blutch es Blutch, me parece muy singular.

Anónimo dijo...

Blutch, ¿eres Schulz o sólo le das al Herriman? La verdad es que da igual.
También yo estoy de acuerdo en que Blutch es Blutch. Es que las pipas... y esas cosas.
Eh, Herriman, no me olvida.
Y tampoco de ti, Schulz.