LA HISTORIETA NO ES EL PROBLEMA
Las periódicas incursiones de la horda políticamente correcta en el terreno de la cultura popular no deberían a estas alturas movernos más que a la risa o el cansancio, pero, ya ven, acabamos entrando al trapo. En el caso que nos ocupa, es destacable que los vigías británicos elijan como objeto de su jeremiada la obra de un dibujante belga, con la cantidad de literatura incorrecta que ha generado la tremenda historia colonial de su país, empezando por Rudyard Kipling, gloria de las letras inglesas y autor del muy citado poema La carga del hombre blanco. Kipling, como Hergé, se alimentaba de los prejuicios de la sociedad de su tiempo, igual que hizo Aristóteles al defender la esclavitud o Dante al enviar a Mahoma al octavo círculo del infierno. No hay modo más rápido de viajar hacia el ridículo que juzgar y condenar el pasado tomando como base las ideas del presente.
A medio camino entre la obra de aprendizaje y el pecado de juventud, Tintín en el Congo es un desatino. Pero son justamente sus elementos más controvertidos --el odioso paternalismo racista con que Tintín trata a los africanos y la alegría con la que masacra animales-- los que lo convierten en un valioso testimonio de ese modelo de colonialismo de inspiración católica que Bélgica trató de presentar como ejemplar después de un brutal proceso de usurpación y exterminio. Prohibirlo es solo una torpe manera de ocultar que todo eso existió.
Un dato: tras el turbulento periodo de descolonización, Tintín en el Congo cayó en desgracia, y fue una revista zaireña la que, con su publicación, propició su regreso a las librerías de todo el mundo. Los africanos lo tenían claro. El problema no era la historieta. El problema era la historia.
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Rafael Tapounet, en El Periódico de Cataluña.
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