miércoles, marzo 28, 2007

TU GATITO LIBREPENSADOR

Hasta ahora, el cómic ha estado mayoritariamente apegado a una vieja tradición, superada ya en otras artes, según la cual la elaboración artesanal de la obra es la medida de su valor artístico. Sólo algunos historietistas se han atrevido a romper con dicha tradición, buscando la belleza más en las ideas y el concepto que en un acabado terso y académico. El francés Joann Sfar (Niza, 1971) es uno de los rupturistas más radicales, al menos en el campo gráfico. Admirador de Sempé, Reiser o el ilustrador Quentin Blake, Sfar es un dibujante de amplio registro, técnicamente muy dotado, que sin embargo se muestra cada vez más “descuidado” e insolente en el aspecto final: a Sfar, “reconocido bribón”, como él mismo se presenta en un álbum, le interesa dar salida rápidamente a sus historias, que son muchas y le queman en las manos. Desde su debut en 1994 ha firmado más de cien libros, lo cual bien podría constituir un récord en el cómic europeo. Una obra torrencial e inclasificable caracterizada por la libertad formal, pero también por la perseverancia: desde los quince años enviaba mensualmente proyectos a diferentes editoriales que, sistemáticamente, eran rechazados. De repente, tres editoriales le dijeron que sí; a partir de entonces no ha parado de publicar, como guionista o como autor completo. Y lo ha hecho con un pie en lo alternativo –desde L´Association, la editorial que lo ha cambiado todo en el cómic galo de la última década- y otro en el mercado comercial, caso de sus guiones, y dibujos en episodios puntuales, para “La mazmorra” (Norma), una serie codirigida con Lewis Trondheim que revisita con desparpajo humorístico el género de fantasía heroica.

De gustos amplios, a Sfar también le tira el folletín de aventuras decimonónico, como en la serie “Profesor Bell” (Sins Entido). Y lo mismo firma un producto infantil de calidad como “Vampir” (Alfaguara), colección de gran éxito que ha generado luego la serie para adultos “Gran Vampir” (Sins Entido), que diserta sobre el hilo que une arte, vida y sexo en su hedonista “Pascin” (Ponent Mon). Porque Sfar es uno de esos artistas de amplia cultura –tiene un doctorado en Filosofía, estudió Bellas Artes, toca varios instrumentos, ha ilustrado portadas de discos y colaborado en clips animados de Dionysos y de Thomas Fersen- que no se empeña en demostrarla en sus obras; no en vano Sfar se considera discípulo de Hugo Pratt. Al contrario, su erudición aporta un trasfondo implícito que da consistencia y hondura a unas historias divertidas, violentas, sensuales y ligeras en apariencia pero con un sustrato humano profundo. Profundo de verdad, como en algunos cuentos tradicionales depurados a base de transmisión generacional. Es el caso del subtexto sobre la masculinidad, la feminidad y el primitivismo de la magnífica “El valle de las maravillas” (Sins Entido), o las preocupaciones filosóficas y religiosas que recorren sus mejores trabajos: Sfar es judío de madre askenazí y padre sefardí, y esas raíces se notan en series como “El gato del Rabino” (Norma) o “Klezmer” (Norma). En ambas muestra tensiones paradójicas entre la fe en un Dios invisible y el escepticismo que da la fragilidad humana; entre el dogma religioso y la heterodoxia de personajes librepensadores, como ese gato de un rabino argelino que un día empieza a hablar para contar las verdades del barquero. O como esos judíos de Europa oriental que tocan klezmer, música tradicional askenazí para animar fiestas, unos parias desarraigados que ya no tienen fe en nada salvo en sí mismos.

(Un artículo sobre Sfar que publiqué en la revista Rockdelux)

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