jueves, abril 27, 2006

LA MIRADA RECUPERADA

Hace unas semanas comentaba con unos amigos LOS DOMINGOS de Mauro Entrialgo (Edicions de Ponent), y yo intentaba explicar qué sensaciones me había producido el libro y por qué me las había producído. Sorprendentemente, me resultó más difícil expresarlo de lo que imaginaba. Básicamente, mis intentos de entender el efecto que me había provocado su lectura se pueden resumir en lo siguiente:

a) el libro adopta el formato de un cuento ilustrado infantil, con textos breves tipográficos y dibujos pintados con acuarela, que enumeran recuerdos de la infancia del autor con un levísimo hilo argumental que a veces ni siquiera existe, recuerdos en su mayoría inconexos unos de otros. Esta enumeración "fría" e "impersonal" de imágenes y palabras sobre recuerdos muy personales me recordaba en un cierto y raro sentido a determinadas cosas de videoarte, y no lo digo peyorativamente (en este caso), no me sean mal pensados. Más tarde me acordé de que Mauro hace cosas en ese plan, aunque posiblemente él no se refiera a ellas como tales (videoarte). Le escribí para preguntarle y, en efecto, me remitió al Tubo, donde están colgados sus TROCITOS DE MI VIDA: "Un mosaico autobiográfico formado por piezas de corta duración editadas a partir de cientos de horas de grabaciones personales. Se sitúa en un terreno difuso entre el vídeo doméstico, el documental costumbrista y la reflexión existencial", en palabras de Mauro.

b) que la intención deliberada del autor de "no narrar", de dramatizar lo menos posible las anécdotas, de no extraer tampoco reflexiones ni moralejas explícitas de los recuerdos expuestos, era precisamente lo que provocaba el efecto predominante de LOS DOMINGOS. El efecto de no evocar tanto la cosa concreta que Mauro va explicando, sino algo mucho más universal y por tanto más emotivo e interesante: la mirada de la infancia, la que todos teníamos y hemos perdido al crecer. Personalmente, hacía muchos, muchos años que no me acordaba de ese modo peculiar de mirar el mundo que se tiene cuando eres niño, y todo es nuevo, es grande, es fascinante, es misterioso, y a veces sucio y cruel y peligroso. Cuando digo esto, y quiero insistir en ello, no me refiero tanto a que LOS DOMINGOS me evocara las anécdotas concretas que expone, que al fin y al cabo no son recuerdos míos sino del autor, algunos de los cuales ni siquiera me permiten una identificación "generacional" por la (no demasiada) diferencia de edad entre su generación y la mía (de pequeño no recuerdo haber conocido la máquina mecánica de Sega que saca en el libro, entre otras cosas). Me refiero más bien a la sensación, mucho más abstracta, de volver por unos instantes a la mente que tenías cuando niño, y también por supuesto la de rebuscar entre tus propios recuerdos, distintos y parecidos en el fondo a los que enumera Mauro. Ésa era, tras cerrar el libro, la sensación predominante: el tono, la mirada, la memoria en bruto que capta. Y es esto lo que más emociona del libro, creo yo, y lo que resulta más novedoso en él. El hecho de evocar no una narración concreta, sino algo más general y abstracto y, por eso mismo, más difícil de aprehender. Un sentir, un modo de entender el mundo y de mirarlo, el la de la infancia perdida, recuperada milagrosamente por unos instantes.

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