LÁPICES JAPONESES
Literalmente, Kashibon manga significa «dibujos irresponsables». Sin embargo, así se denominaba a los «cómics de biblioteca circulante», destinados principalmente a estudiantes y obreros humildes. Durante la Segunda Posguerra, Japón fue uno de los países que peor lo pasó: debió trabajar mucho para reconstruir sus lazos sociales, y así, dentro de ese proceso, comenzaron a publicar estas historias en papel barato y en las que los autores tenían bastante libertad a cambio de sueldos bajos. Un estudiante de medicina que finalmente no se dedicaría a esa ciencia, Osamu Tezuka, entusiasmó a un público bastante numeroso entre fines de la década del 40 y principios de la del 50. La creación con la que lo logró fue Tetsuwan Atomu, conocido en castellano como Astroboy. A partir de ahí, la historia cambió para siempre. Las formas de publicación se fueron transformando hasta editarse en formatos más convencionales, pero con una característica absolutamente propia: las historias de los manga japoneses son muy largas: se extienden a lo largo de miles de páginas.
Los seguidores de este género saben que, como en la mayoría de las culturas orientales, el manga se relaciona con diversos aspectos de las costumbres de su lugar de origen. Por eso el Salón de Barcelona incluye muestras de las artes tradicionales japonesas, tanto de las de combate como de las artísticas. Entre ellas, destaca un pequeño armero, en el que se pueden apreciar diferentes armas de combate que utilizaban los samuráis. La información sobre estos guerreros incluirá, además del capítulo sobre artes marciales, datos sobre filosofías como la del Zen.
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Extracto de un artículo de Gabriela Pedranti publicado en el ABCD de hace dos sábados, a propósito del Salón del Manga. Sigue leyendo
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