domingo, octubre 28, 2007

LA LITERATURA ADULTA

Adivino qué estáis pensando: pero qué hombre más malo, os decís, un hombre perverso, un sinvergüenza, vamos, se lo mire por donde se lo mire, que debería estar pudriéndose en la cárcel en vez de soltarnos esa filosofía suya tan confusa de ex fascista a medio arrepentir. En lo del fascismo, no hay que confundir las cosas, y en lo de mi responsabilidad penal, no prejuzguéis, que todavía no os he contado mi historia; en cuanto a lo de mi responsabilidad moral, permitidme unas cuantas consideraciones. Con frecuencia han comentado los filósofos políticos que, en tiempos de guerra, el ciudadano, el ciudadano varón al menos, pierde uno de sus derechos más elementales, el de vivir, y eso desde los tiempos de la Revolución Francesa y la invención del reclutamiento, que es ahora un principio universalmente admitido o casi. Pero pocas veces han dejado constancia de que ese ciudadano pierde al mismo tiempo otro derecho, no menos elemental y más vital quizá incluso para él en lo tocante a la idea que se hace de sí mismo en tanto en cuanto hombre civilizado: el derecho a no matar. Nadie nos pide opinión. El hombre que está a pie firme junto a la fosa común no ha pedido, en la mayor parte de los casos, estar en ese sitio, de la misma forma que tampoco lo ha pedido el que se halla tendido, muerto o moribundo, dentro de esa misma fosa. Me diréis que matar a otro militar en combate no es lo mismo que matar a un civil desarmado; las leyes de la guerra permiten aquello, pero no esto; y otro tanto sucede con la ética al uso. Un buen argumento en términos abstractos, desde luego, pero que no tiene en cuenta en absoluto las condiciones del conflicto en cuestión. La distinción totalmente arbitraria que se crea, acabada la guerra, entre, por una parte "las operaciones militares", equiparables a las de cualquier otro conflicto, y, por otra, "las atrocidades" al frente de las cuales se halla una minoría de sádicos y de trastornados, es, como espero demostrar, una ilusión que consuela a los vencedores, si los vencedores son occidentales, debería especificar, pues los soviéticos, pese a la retórica que se gastan, siempre entendieron de qué iba la cosa: a Stalin, después de mayo de 1945 y tras los primeros aspavientos para la galería, le importaba un bledo una ilusoria "justicia"; quería cosas firmes y concretas, esclavos y materiales para volver a levantar y a construir, nada de remordimientos ni de lamentaciones, pues sabía tan bien como nosotros que los muertos no se enteran de los llantos y que los remordimientos nunca le han puesto alubias al potaje. No defiendo la Befehlnotstand, el sometimiento a las órdenes que tanto gusta a nuestros buenos abogados alemanes. Lo que hice, lo hice con pleno conocimiento de causa, convencido de que era mi deber y de que era necesario hacerlo, por desagradable y triste que fuera. También consiste en eso la guerra total: lo civil ya no existe, y entre el niño judío que muere en la cámara de gas o fusilado y el niño alemán a quien matan las bombas incendiarias no hay sino una diferencia de medios: esas dos muertes eran inútiles por igual, ninguna de las dos abrevió la guerra ni un segundo, pero en ambos casos el hombre o los hombres que los mataron creían que era justo y necesario; si se equivocaron ¿a quién hay que condenar? Esto que digo sigue siendo cierto incluso si se hace una distinción artificial entre la guerra y lo que el abogado judío Lempkin bautizó con el nombre de genocidio, e indico que, al menos en nuestro siglo, nunca ha habido aún un genocidio sin guerra y que, al igual que la guerra, se trata de un fenómeno colectivo: el genocidio moderno es un proceso que las masas hacen padecer a las masas y por las masas. Es también, en el caso que nos ocupa, un proceso segmentado por las exigencias de los procedimientos industriales.

(...) Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Si habéis nacido en un país y en una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino que, además, nadie viene a pediros que matéis a la mujer y a los hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro.

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Extracto del primer capítulo de LAS BENÉVOLAS, una novela del franco-estadounidense Jonathan Littell (Nueva York, 1967) narrada en primera persona y protagonizada por un ex oficial nazi de las SS que participó en el frente ruso y en las tareas de la "solución final" para los judíos, y que a lo largo de mil páginas recuerda esos hechos con gran frialdad e indiferencia. La novela, que está recibiendo elogiosas críticas en todos los países en que se publica, tiene todos los visos de convertirse en un fenómeno literario. El escritor subraya que LAS BENÉVOLAS no es un libro "sobre la justicia", de hecho el narrador lo dice al principio del libro: "he hecho lo que he hecho, no hago esto por justificarme, simplemente quiero explicar cómo ocurrió".

Aprovecho para lanzar al aire algunas preguntas: si en la literatura adulta hace muchos, muchos años que se adopta este tipo de tratamientos narrativos, que puede incluir la amoralidad -o inmoralidad- del narrador, precisamente porque se parte de que el lector será adulto y por tanto tiene ya capacidad para enjuiciar él moralmente, ¿por qué ese frecuente recelo, cuando no desprecio, hacia los autores de cómic adulto (pocos aún) que deciden adoptar el punto de vista de personajes digamos discutibles para narrar sus tebeos? ¿Por qué se les atribuye a menudo a dichos autores todo lo que dicen o piensan sus personajes? Y más importante aún: ¿de verdad que el cómic adulto tiene que transmitir unos determinados valores morales? ¿Como la asignatura de Educación para la Ciudadanía a los niños de los colegios, quizá? Es verdad, olvidé que la mayoría del cómic a lo largo de toda su historia se ha hecho para chavales.

7 comentarios:

santibilbo dijo...

Hombre, hasta antes de ayer e incluso ahora con Millás,la crítica literaria ha sido de un moralista que daba grima y las anteojeras políticas , el primer criterio del mandarinato cultural.En esto el cómic sólo lleva el lógico retraso de ser el ultimo convidado al festín de la alta cultura.Obviamente la moral y la política influyen en nuestra valoración de una obra de arte,lo que ocurre es que cuando esta es tal, descubrimos que a lo mejor había cosas de la moral y la política que nunca babíamos imaginado

Anónimo dijo...

Porque una cosa es usar posicionar al narrador en tal o cual postura para obtener un enfoque y un efecto determinado y otra bien distinta querer convencer al lector de que las cosas son como al escritor le gustaria que fueran. La narrativa es siempre de apreciar; la propaganda, el panfleto y el prosilitismo, no. Ahora habría que preguntarse en cual de las dos opciones cae Miller, que es el ejemplo prototipico de lo que planteas.

Anónimo dijo...

Hablemos de John Milius, de Michael Cimino y del DK2. Claro que sí! Pero también de Mike Diana, Spain Rodriguez y Trina Robbins, los malísimos cómics de consumo con mensaje y las aún peores novelas de bajo coste y mayor número de páginas. El principal problema benevolente parece ser en esta ocasión que es muy larga, y que es buena.

Anónimo dijo...

Da lo mismo en "qué opción cae" Miller: LO que es indiscutible -y creo que es lo que resalta Pepo el post es que al escritor (con fundamento, claro, lo de Millás es harina de otro costal) no ase le va a recriminar nunca el posicionamiento con intencioner estéticas o dramáticas. Y tiene que ser así... Pero en el cómic, precisamente por que es el último invitado y porque no se considera que pueda haber autores "con fundamento", es decir, intelectualmente profundos, adultos, formados, serios, etc...queda ese recelo. Por eso y por lo que se decía antes: todavía es un medio que se quiere "educativo" o, cuanto menos, divulgativo. Es un medio al que acceden, principalmente, tiernas mentes en proceso de formación... De ahí que ocurra lo del Hitler SS, de Vuillemin y lo de tantas otras.
No. Todavía le queda al cómic una larga carrera de obstáculos por salvar. Y eso sólo puede ocurrir con obras donde el autor se la juegue y decida terminar con esos postulados morales que se les atribuye.
Como he venido repitiendo en varias entradas a propósito de varios temas, la historia de la literatura -sobre todo la de este último siglo- es un espejo en el que el cómic puede -y debe- reflejarse.
La moral la decidimos las personas en el momento que sea. Esperemos que en cómic, no haya episodios vergonzosos como los de los "Versículos satánicos" o las obras de Jünger o Handke, por citar algunas...
No creo en absoluto que la literatura haya sido "moralizante" en general (si entendemos por moralizante la defensa de ciertos patrones de opinión y comportamiento marcados por el poder o la mayoría). Más bien al contrario. Pienso que la literatura (en el amplio sentido) siempre ha reivindicado un espacio de libertad que, aunque perseguida en ocasiones, ha conseguido desde que existe.
Esperemos (e intentemos) que pase lo mismo con el cómic. Nunca hay que ser "plíticamente correctos" si no es nuestra intención.

santibilbo dijo...

Alfred, la literatura ha sido moralizante durante siglos:La buena literatura escapó de los ferreos margenes de la moral de su tiempo, ya fuera para cuestionarla,,ya para mostrar su ambiguedad, ya para expandirla a planteamientos cuasiuniversales. Pero la crítica profesional ha sido de un moralismo brutal y de un sectarismo ideológico casi ridículo ( en Usa hay clásicos que no se estudian por reaccionarios). Si esto pasaba en ambientes eruditos y académicos, que no pasará en el ambiente casi amateur de la crítica de comics, donde todo dios es licenciao en sociología, semiótica y estética.Vamos que los 300 SON MARINES, y que nos den buenas intenciones y justicia social

Anónimo dijo...

En ese sentido estoy completamente de acuerdo contigo, Santi. Pero no me negarás que, pese a el moralismo de la crítica, si hablamos de LA LITERATURA en el ámplio sentido de la palabra, ha sido un espacio de libertad individual (por supuesto siempre, más o menos, dentro de los paradigmas de cada época). Pero esto no quiere decir que los escritores se pleguen a las ideas de la mayoría bienpensante. Aunque sea sólo por "epater le bourgeois" (mal escrito, seguro), por ir a la contra, por ser un iluminado o por decir lo que le salga de las pelotas...
En este sentido es en el que quería hacer hincapié al compararlo con lo que me gustaría que ocurriese con la creación comiquera... Vamos que espero que, entre los autores de cómic haya gente como entre los escritores, que se la sople la crítica y la sociedad biempensante de su época...

Anónimo dijo...

Releyendo los posts anteriores, creo que ha habido (por mi parte) una mala comprensión. Interpreté mal cuando se hablaba de "crítica" y entendí "creación literaria".
Absolutamente de acuerdo en cuanto a lo moralizante de la crítica...
De todas formas habría mucho de qué hablar. Ha habido momentos en que sectores críticos, por desmarcarse (siempre con alguna "razón" de aviesas intenciones) se ha pasado al otro lado...
Pero eso es otra historia.