sábado, septiembre 08, 2007

THE FALLING MAN

Aquel futuro sensacionalista, con su esperanzado mecanismo de tendencia hacia el advenimiento de acontecimientos apocalípticos, no se hallaba quizá tan remoto a nuestra propia experiencia inmediata. Que alguien nos mire, pensé: forzados a abandonar nuestros hogares, arrojados a la amarga noche, perseguidos por una nube tóxica, amontonados en instalaciones provisionales, pendientes de una ambigua condena a muerte. Habíamos pasado a formar parte del material público del que se alimentan los desastres periodísticos.

Don DeLillo, RUIDO DE FONDO, 1984.

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Parecía inevitable que Don DeLillo (Nueva York, 1936) acabara escribiendo una novela sobre el 11-S y sus secuelas. No podía permanecer ajeno a un suceso tan determinante para el diagnóstico de la sociedad contemporánea el escritor que quizá mejor haya dilucidado el clima de apocalipsis y paranoia que poco a poco había ido ensombreciendo el sueño americano, hasta convertirlo en una pesadilla asfixiante. En alguna otra ocasión hemos caracterizado a DeLillo como «zahorí» de nuestro tiempo; y es que todas sus novelas están poseídas por el don de la presciencia, por una cualidad profética que nos permite no ya sólo entender la textura caótica del mundo que habitamos, sino la textura todavía ignota del mundo que nos aguarda, allá al final del túnel, dispuesto a trituranos entre sus fauces (que, en las visiones de nuestro autor, son irremediablemente las fauces de la nada, el horror vacui). Podríamos afirmar, sin exageración, que la obra de DeLillo anticipaba lo ocurrido el 11-S de 2001: en su espeleología de una sociedad asediada por el fantasma de ubicuas conspiraciones y cataclismos presentidos, por la universalización del terror, se prefiguraba la hecatombe de las Torres Gemelas.

(...) DeLillo lo hizo ya en los albores de su carrera literaria, en la desigual Jugadores (1977), y lo volvió a hacer en una de sus obras más características, Mao II (1991), en la que un personaje llegaba a afirmar: «Años atrás, pensaba que era posible para un escritor alterar la vida íntima de la cultura; ahora los terroristas y los pistoleros han ocupado ese territorio».

Sobre ese nexo entre terrorismo y arte se abunda en la novela que ahora comentamos, uno de cuyos personajes -el que brinda su título a la narración y encarna alegóricamente el estado anímico de los americanos, falling men, tras los atentados- es un performer artist que una y otra vez se arroja al vacío, sujetado por un arnés. No sería descabellado establecer ciertas conexiones entre El hombre del salto y la magna Submundo, quizá la obra más subyugadora de Don DeLillo. Ambas emplean como pórtico un acontecimiento que trastorna el curso de la historia (en Submundo, una prueba nuclear que «inaugura» la Guerra Fría); en ambas se analizan las consecuencias -los daños irreparables- de dicho acontecimiento sobre el tejido social y las psicopatías que introduce en el comportamiento humano.

Juan Manuel de Prada, sobre la nueva novela de Don DeLillo, FALLING MAN

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"El hongo atómico es la imagen cultural más representativa de la segunda mitad del siglo XX"
(Don DeLillo)

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(...) aquí se nos habla de individuos que empiezan a padecer podredumbres todavía latentes, como esas personas, espectadores próximos de un atentado suicida, a quienes «meses más tarde les salen bultos (?); y resulta que estos bultos los producen pequeños fragmentos, verdaderamente diminutos, del cuerpo del suicida». Del mismo modo que esta «metralla orgánica» provoca mutaciones en la piel, los protagonistas de El hombre del salto son víctimas de una metralla psicológica que los carcome por dentro, hasta convertirlos en jirones de humanidad. (...)

Una elegía sin sentimentalidad que conmemora a los muertos, pero sobre todo a quienes sobrevivieron al atentado y arrastran una condena acaso más lacerante, que es la de seguir vivos en una suerte de limbo. (...) El hombre del salto nos devuelve en plena forma al zahorí de nuestra época, penetrando con clavidencia entre las cenizas de un mundo en el que, como en un paisaje posapocalíptico, Dios es la voz que dice: «No estoy aquí».

Juan Manuel de Prada
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Esta fotografía muestra cómo afectaron los atentados a las vidas de la gente en esos momentos, y creo que eso explica por qué es una imagen importante. No fotografié la muerte de esa persona. Fotografié una parte de su vida. Eso es lo que decidió hacer, y creo que conseguí inmortalizarlo.

Richard Drew, el fotógrafo de THE FALLING MAN (EL HOMBRE QUE CAE). En la foto, el empleado anónimo de las Torres Gemelas que saltó al vacío, como otras doscientas personas, la mañana del 11-S

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El hombre que cae de Don DeLillo no es el mismo que dio fama al fotógrafo Richard Drew en la mañana del 11 de septiembre de 2001. Si Drew retrató el infernal salto del ángel de un empleado de las Torres, DeLillo menta desde el título de su última novela a uno de sus protagonistas, el artista que durante los meses siguientes a la tragedia practica una suerte de morboso puentismo lanzándose desde lo alto de varios edificios públicos de la Gran Manzana para quedar colgado a escasos metros del suelo. Colgado y congelado, como si de una fotografía en tres dimensiones se tratara.

Milo J. Krmpotic, sobre THE FALLING MAN de DeLillo

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Pero tampoco sé mucho sobre ese artista de performance que existió de verdad, el Hombre del Salto, que se quedaba colgado bocabajo de su arnés imitando la foto del hombre que cae de una de las torres con la pierna flexionada. No sabemos casi nada de él ni de sus propósitos, así que hay como un misterio al final de todo, pero es así como yo veo la ficción, la ficción seria, en los términos del trabajo del novelista, como una forma de misterio. ¿De dónde vienen las cosas? ¿Por qué las hacemos? ¿Qué significan? Ése es también el misterio de la creación.

Don DeLillo, entrevistado por Antonio Muñoz Molina
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Algunas personas al mirar la foto ven estoicismo, fuerza de voluntad, un retrato de la resignación; otros ven algo más --algo discordante y por eso mismo terrible: libertad. Hay algo casi rebelde en la postura del hombre, como si una vez enfrentado a la inevitabilidad de la muerte, decidiera llevarlo bien; como si fuese un misil, una lanza, inclinado para alcanzar su propio final. Él, quince segundos después de las 9:41 A.M., el momento en que la foto fue tomada, en las garras de la pura física, acelerando a un ritmo de 9,7536 metros por segundo al cuadrado. Pronto estará viajando a más de 241 kilómetros por hora, y está boca abajo.

Tom Junod, de su artículo publicado en Esquire sobre la fotografía de Richard Drew THE FALLING MAN y la historia real detrás de ella

7 comentarios:

j. dijo...

Con esta foto lo que me pregunto es si estará corregida la perspectiva. Es demasiado perfecta, sin fuga, lo que le hace parecer un cuadro, un cuadro en el que un artista pop se burlase de los minimalistas, un poner. Me da por pensar que si alguien lo hubiese hecho en los 60 ahora sería un icono, como el piscinazo de Hockney o las ventanas de Alex Katz. O el tío bajando las escaleras de cabeza de Eduardo Arroyo. O un homenaje niuyorkino a la foto de Ives Klein saltando al vacío... Es decididamente pop, por lo extrañamente irónica que resulta, incluso pese a saber de donde está tomada...

j. dijo...

Esteee... me refiero a la segunda foto, aclaro.

Un saludo.

Pepo Pérez dijo...

no, si ya. Por todo lo que dices -la imagen como tal entronca con la tradición artística que comentas-, pero sobre todo por lo que representa desde un punto de vista real, creo que la fotografía fue adoptada espontáneamente como uno de los principales iconos del 11-S. Y si además entramos en implicaciones filosóficas más allá de las sociológicas... En EEUU todo lo que ha rodeado a la foto, la propio foto en sí, programas de TV sobre el hombre que posiblemente fue retratado, el artículo de Esquire, etc., causó mucha impresión y fue objeto de una amplia polémica.
Sobre ESTA nueva novela de DeLillo, si te soy sincero, no me apetece nada leerla, ya por el mismo planteamiento. Lo que no quita para que no me haya parecido SIGNIFICATIVA como tal, tanto por los temas que parece apuntar como, sobre todo, por la premisa argumental: ese performer neoyorquino saltando al vacío con arneses en plan arte contemporáneo.

Anónimo dijo...

Esta foto ya se ha convertido en un icono del terror, como la foto de la niña vietnamita quemada por el napalm

j. dijo...

Ojo, que en la foto no hay absolutamente ningún elemento que diga '11-S'. Ninguno. Podría ser la un suicidio. Sabemos lo que sabemos por el texto que la acompaña. Y lo que dice es más grave y general que el hecho concreto de los atentados: el individuo se puede encontrar solo y desvalido y aplastado no únicamente ante la naturaleza, sino ante las acciones, las obras del hombre entendido en general -el terrorismo, pero también tal gigaestructuras titánicas tal que un rascacielos-. Ahora que lo pienso, hay otro referente más: las fotos de Andreas Gursky. Dicen lo mismo.

Pepo Pérez dijo...

sí, Javier, pero es que esta foto todo el mundo sabe que es del 11-S, de las Torres en llamas, todo el mundo vio la imagen en su momento y por eso mismo la contextualiza inmediatamente. el 11S es un elemento inseparable de esa foto y de ese hombre que cae, al menos en nuestra época y para nuestras generaciones.

j. dijo...

No, si yo no pretendo desubicarla ni hacerla de menos, diciendo lo que digo, al contrario: digo que la foto trae más carga consigo que el hecho documental que refiere. ¡La estoy poniendo por las nubes, aunque no lo parezca!

Un saludo.