Los tebeos quieren entrar en la Universidad.
NICOLE ZAND, en Le Monde
En el número de Giff-Wiff dedicado a Li'l Abner, Alain Resnais entrevistaba a Al Capp, creador de aquel personaje, en un gesto de humildad que probablemente asombró y escandalizó a los más reticentes. La entrevista no es sino un eslabón más en la cadena de reivindicaciones que está recibiendo el cómic desde hace algunos años, sin que sean aceptadas por los reticentes que, hoy por hoy, continúan siendo los más. C. Alonso de los Ríos, en un artículo publicado en Triunfo, precedía la frase de Nicole Zand citada más arriba con estas palabras: "Actualmente, todo este mundo (hasta ahora vergonzante) de los cómics, fumetti, bandes desinées y tebeos es reivindicado por intelectuales nostálgicos de los héroes de su infancia".
(...) Diríais: "¿Alguien puede atreverse a hablar de arte, en el caso del cómic?"", y ante la responsabilidad de tamaña afirmación uno se limitaría a seguir hablando de "lenguaje", con lo cual no haríamos sino escalar el primer peldaño para una aceptación del cómic en sentido de arte, ya que la primera exigencia de todo arte no es tora que la de servirse de unos medios expresivos irreversibles con que hacer viable un contenido. Arte menor, en todo caso, se ha dicho como máxima concesión aceptativa. Con lo cual, y citando una introducción al catálogo producido por el S.O.C.E.R.L.I.D. para la exposición de la bandes desinée celebrada en el Museo de las Artes Decorativas del Louvre, nos veríamos obligados a situar todo arte tenido por mayor a un mismo nivel de disminución cualitativa, ya que si con la literatura obrásemos igual que con el cómic -es decir, juzgándola globalmente, tanto por sus productos mediocres como por sus obras maestras-, nos encontraríamos con que por cada Tolstoi, Diderot o Durrell abunda un elevado tanto por ciento de Edna Ferber, Harold Robbins o Corín Tellado. O, como dice el citado catálogo: "Si englobásemos todo cuanto se construyó en ciertas épocas, la arquitectura tendría serias dificultades para ser considerada arte mayor. Sin embargo, es así como se actúa en el caso del cómic. Sería honesto emplear criterios equitativos. Sería también honesto que muchos de los que desde hace algún tiempo escriben sobre el tema lo hiciesen poseyendo un conocimiento exacto del mismo". Es aquí, pues, donde se impone una labor de reexamen, eligiendo sin discriminaciones aristocráticas por una parte, ni boutades confusionistas por la otra (nada más fácil que inventar un valor basándose en la boutade), la producción estéticamente válida dentro del mundo del cómic. Y, desde luego, aceptar que no se trata de un producto surgido por generación espontánea, sino que obedece a una exigencia narrativa de un futuro cercano, al tiempo que se erige a sí mismo como tal. Así, cuando John Steinbeck afirmaba que Al Capp, el padre de Li'l Abner, es "un satírico a la altura de un Rabelais, un Cervantes o un Sterne", no hacía sino valorar el nuevo ritmo de una época en que Li'l Abner existe con mayor eficacia en cuanto a las masas que Gargantúa o el Quijote.
Sólo que, naturalmente, habrá que juzgar al cómic por sus virtudes y limitaciones intrínsecas, por lo que propone y aporta a partir de sus condiciones específicas, que no pueden ser las mismas que las de la novela o el cine, de la misma manera que éstas no serán nunca las de la música o la pintura, pero que puede y deben coexistir perfectamente y alcanzar, en sus diversas expresiones, parecidos pináculos de calidad y rigor ideológico.
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Terenci Moix, HISTORIA SOCIAL DEL CÓMIC, en la reciente edición del ensayo titulado originalmente LOS "COMICS". ARTE PARA EL CONSUMO Y FORMAS POP (1968).