BAJARSE AL MORO
Una agencia de viajes me invitaba hace semana y media a pasar unos días en Marruecos, para que conociera de primera mano el tipo de viaje que quieren promocionar, e hiciera dibujos de cara a una inminente campaña publicitaria. Dos ciudades, dos, del sur de Marruecos, fueron mi destino: primero la pujante Ouarzazate, un pueblo venido a más, a punto de convertirse en ciudad merced al pequeño aeropuerto (una cucada) que terminaron recientemente, y a la inversión hotelera y turística que se está haciendo allí. Luego, autocar hacia la mítica Marrakech, que es otro mundo: una estupenda prueba para comparar los dos Marruecos existentes, que reflejan a la perfección el pasado y el futuro del país.
El Marruecos rural, el de las inmediaciones de Ouarzazate (el del valle del río Draa, rodeado de colinas volcánicas, un desierto rocoso, duro, sin arena, un espectáculo) es el que vi en los primeros días de viaje. En ese Marruecos, persiste una sociedad rural, tradicional, bastante primitiva, que responde a todos los tópicos que podamos tener en mente. El hombre y la mujer tienen, cada uno, su papel tradicional, y más les vale seguirlo porque sólo eso garantiza su supervivencia, o eso dicen ellos: el hombre cuida de la huerta (o hace el vago junto a otros hombres, que también), mientras la mujer apechuga con los trabajos más pesados del hogar, muele el trigo, hace la comida, lava y, si le queda tiempo, ayuda al hombre en la huerta. Por supuesto, también tienen muchos hijos.
Marrakech es otra cosa, nada que ver. Es ciudad-ciudad, muy occidentalizada, un auténtico "crisol de culturas", mezcla entre la ciudad moderna (grandes avenidas limpias, sí, limpias) y la ciudad antigua, la Medina, que es todo lo que os podáis imaginar y más. La más famosa plaza, la Place Djemaa El Fna, ésa a la que ha escrito tanto Juan Goytisolo, es la bomba.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco no por su calidad arquitectónica, bastante vulgar, sino por el hecho cultural, por lo que allí sucede, gracias a los músicos, tenderos, cocineros con chiringuitos ambulantes, aguadores, viejos dentistas que sacaban las muelas con tenazas y sin anestesia, saltimbanquis, encantadores de serpientes, amaestradores de monos y gente variopinta que se busca la vida en ella. Frente a la plaza, los zocos, de los más agradables y "relajados" -creo que me explico- que he visitado: nada que ver con el Tánger actual, o mejor dicho, el de hace tres años, cuando estuve allí con unos amigos; no sé si habrá mejorado ahora, la verdad. Marrakech, lo aseguro, es cómoda, segura y fascinante: no me extraña nada que tantos occidentales, pintores, escritores, se enamoren de la ciudad y decidan quedarse a vivir.
Allí hubo más tiempo para hablar, sobre todo con la gente local, especialmente con los guías de la agencia, casi todos de Marrakech, menos uno, el guía jefe, culto y listísimo, que es tangerino y licenciado en filología hispánica. En realidad, todos ellos eran universitarios, puesto que ser guía turístico es de los mejores empleos a los que puede aspirar ahora mismo un universitario marroquí.
Mis impresiones: que el Marruecos urbano -no tanto el rural- está ya bastante occidentalizado, que los marroquíes se sienten "muy lejanos" (sic) al conflicto de Oriente Medio (y quién no), algo que en el Sur, con gran cantidad de población indígena de origen bereber, justifican en base a que los árabes vinieron de fuera y se mezclaron con los bereberes. También descubrí que en muchos de los hogares más humildes del desierto, con casas de adobe, no falta la televisión con su parabólica, y que gracias a ella, todos siguen la liga de fútbol y las copas europeas, que saben lo último que le ha pasado "a la Mosquera" (sic), que están al tanto de todo lo que estamos nosotros, que gracias a la tele y al turista entienden y a menudo hablan el castellano, y que unos son del Real Madrid y otros del Barça. Y que aun en el Marruecos rural, te encuentras escuelas primarias por todos sitios, escuelas pobres y precarias, sí, pero que enseñan el árabe y el francés a todos los niños (en Marruecos el bilingüismo de su pasado colonial sigue siendo oficial).
Y que si les preguntas a los marroquíes si son religiosos, la mayoría contestan que "mitad sí y mitad no" (y adivinad qué mitad gana), que muchos fuman y beben, algo prohibido por el Corán, aunque lo del cerdo les cuesta más transgredir. También descubrí, en la televisión del hotel, la "MTV" local (lo peor se pega siempre) y los canales internacionales que muchos marroquíes ven, de Francia, España, Italia, Alemania, todo mezclado con la Euronews, la CNN y Al-Yazira. Que la revista WITCH, edición en francés, también se vende en los puestos callejeros de prensa, igual que algún que otro cómic (a ver si subo algún escaneado). En fin, no sé si esto es bueno, es malo, o es mitad y mitad, pero es lo que hay. Ah, y que no se me olvide: también descubrí que las mujeres de Marrakech son muy guapas y que muchas, muchísimas, no van tapadas ni con chilaba, sino como las más modernas de Barcelona. Sí, con bolsos "de marca" y vaqueros "Dolce & Gavana", la mayoría imitaciones (tienen de todo en los zocos: jeans y deportivas de todas las marcas, gafas Ray-Van y Gucci, todo perfectamente falseado). También descubrí que en invierno allí también hace frío y que en pleno desierto, el de Ouarzazate, PUEDE NEVAR... y sólo estábamos al pie del Atlas; arriba, en el puerto, la carretera estuvo cerrada dos días por la nieve.
El diagnóstico que me daba uno de los marroquíes universitarios sobre el futuro de su país: en 30 años, Marruecos será una democracia (aunque por el momento, "el mínimo de democracia que tenemos es suficiente", sic) si continúa la marcha económica actual con las inversiones europeas y norteamericanas en construcción, en industrias y en infraestructuras, y el turismo europeo se mantiene al alza, se consigue crear una clase media potente y mayoritaria y, por supuesto, "Alá lo quiere". Para mi sorpresa, mi cálculo de 30 años coincidía con el suyo. Primero, porque el Marruecos actual recuerda en algunos aspectos a cómo era la España atrasada y pobre pero emergente de hace 30 años. Y segundo, porque el hombre suele convertirse en aquello que sueña, como nos sucedió a nosotros cuando decidimos reconciliarnos y mirar no atrás, a un pasado negro, sino hacia la Europa próspera a la que queríamos parecernos. Porque el hombre configura el mundo con arreglo a sus deseos y aspiraciones, lo mismo que las sociedades.
Y todas las parabólicas marroquíes apuntan hacia aquí.